La culpa no es del chayote.
Hay quien piensa que odia el chayote. Y quien piensa que lo odia, lo piensa fuerrrrtemente. Ugh guácala noooo fuchi.
Pero la culpa no es del chayote. La culpa es de los papás. O, en un sentido más amplio, la culpa es de los adultos (ir)responsables que lo introducen a nuestras vidas de la peor manera posible. Muchos vivimos esta triste historia, que les ruego me acompañen a ver. Puede suceder en casa, en la dulce infancia. Puede suceder más tarde, en la primera exposición a la comida corrida. Llega el plato de consomé a la mesa, pleno en su papa y su zanahoria, a veces incluso con arroz. Uno planea su cucharada, saliva en anticipación del manjar: un poco de consomé, unas hebritas de pollo, una rodaja de zanahoria, un cubito de papa. Uno se lo lleva a la boca, anticipando la suave, casi cremosa resistencia de la papa, calientita, húmeda, sustanciosa.
Entonces sucede la traición. Oh destino cruel, en donde la papa cedería gentilmente, casi envolviendo los dientes que la atacan, encontramos un agente extraño, guango, fibroso. En donde esperábamos el placer atávico del carbohidrato, el contraste del almidón con el líquido… aquí sólo parece que encontramos más más líquido.
Un cubito de chayote, culpable del imperdonable crimen de no ser papa. Le echamos la culpa de nuestra absoluta frustración, lo odiamos, declaramos que no nos gusta ugh guácala nooo fuchi.
Pero nada de esto es culpa del chayote. Es culpa de quien lo somete al hervor indiscriminado. Es culpa de quien entrega chayo por papa, condenando a generaciones enteras al desprecio infundado por un vegetal generoso, sabroso, delicioso... y crujiente. Porque el chayote, amigues míes, es infinitamente superior a esos cubos sobrecocidos, es mucho más que ese triste recuerdo de la traición alimenticia.
Give chayote a chance. Permítase apreciarlo en donde brilla. Antes que nada, deseche toda noción de guanguicidad. El destino primario del chayote es ser firme, crocante. Cocido, siempre perderá por KO frente a una papa. Crudo, no le pide nada al pepino, ni a la jícama.
Tome un chayote. Sin espinas. Lávelo. Pélelo. Pártalo a la mitad. Retírele la semilla. Córtelo en cubitos, o en rebanadas delgadas, o en bastones. Si le da mucha pereza, sólo páselo por un rallador.
(ADVERTENCIA: la piel se reafirma al manipular chayote. Usted podría sentir las manos raritas tras pelarlo y cortarlo. Es parte de su encanto; de hecho, ayuda montones a la cicatrización. No se asuste. Sólo enjuáguese las manos y póngase un poco de crema (que tiene en su cocina, correcto? porque, sépalo, quien cocina necesita humectación siempre disponible).
Haiga sido como haiga sido su método de corte, coloque el chayote en un plato hondo. Añada un poco de sal; revuelva bien. Exprima el jugo de un limón. Revuelva nuevamente. Déjelo reposar un par de minutos.
Pruébelo.
¿ah, verdad?
Así es como uno debería conocer el chayote. Tal y como uno pierde su inocencia pepinil, jicamil, zanahoril: con sal, limón, y ya encarrerados con Valentinas, Tajines, piquines y demás aliños botaneros.
Deprímase poquito por todo el tiempo que vivió engañado en el odio del chayote. Alégrese, porque ha sido iluminado.
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# Pico de chayote
El chayote funciona extraordinariamente bien en todas aquellas aplicaciones culinarias que requieran crujidos frescos; donde se use pepino o jícama, se puede usar chayote. Por ejemplo, en una salsaensalada cuyos antepasados son de la tribu del pico de gallo.
Agénciese:
- Un chayote crudo, cortado en cubitos
- Dos jitomates, cortados en cubitos
- 1/4 de cebolla morada, cortada en microcubitos
- Medio chile verde, desvenado, cortado en microcubitos
- Un puñito de hojas de yerbabuena
- Limones
- Sal
Empiece por picar finito la cebolla y el chile; colóquelos en un vaso pequeño, añada una pizca de sal, revuelva, añada jugo de limón hasta cubrir la mezcla, revuelva nuevamente y deje reposar. Así la cebolla y el chile empezarán a aflojar su aroma.
Disponga, en el tazón donde se servirá todo finalmente, el chayote pelado y cortado en cubitos, también aliñados con un poco de sal y limón.
Corte los jitomates en cubitos; añádalos al tazón.
Tome la mezcla de cebolla, chile y limón; añádala al tazón.
Pique las hojas de yerbabuena; añádalas al tazón.
Revuelva todo, pruébelo, determine si falta sal.
Cómaselo a cucharadas, o sobre molletes, o sobre milanesas.