Desayúnese
En donde la cocinera despliega sus talentos de traducción libre, al tiempo que disemina el credo de la no-hipoglucemia. Lea usted el original aquí.
Hay que estar siempre desayunado. Todo depende de ello: es la única cuestión. Para no sentir la terrible carga del vacío que retuerce vuestras tripas y os lleva a la hipoglucemia, hay que desayunar sin tregua.
Pero ¿qué ha de ser? Uevo, avena, toronja, a vuestro antojo. ¡Pero desayúnese!
Y si, alguna vez, en las escaleras del Metro, sobre la bicicleta, en el tráfico de las 8:50, caéis en cuenta de que el desayuno fue olvidado en la mesa, preguntad al colega, al amigo, al maestro, al transeúnte: a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que anda, a todo lo que canta, a todo lo que habla. Y el colega, el amigo, el maestro, el transeúnte os responderán: es hora de desayunarse. Para no ser los esclavos martirizados del antojo, desayúnese. Uevo, avena, toronja, a vuestro antojo; ¡pero desayúnese!