Comida ebria: qu'est-que-c'est ?
Hablemos de comida ebria.
No, no es así como lo está usted pensando. No acostumbro beber, menos aún en exceso; nunca he experimentado una cruda. Antes de los 25, mi relación con las bebidas espirituosas era más o menos así: “cerveza: amargo, ugh; vino: rasposo, fuchi; vodka: quema, arg”. Así que cero ágapes estudiantiles durante la temporada preparatoria-universitaria; un sorbo de vino o dos en eventos laborales durante la temporada trabajo-para-la-République-Française-y-sus-derivados (en una ocasión memorable, tuve a bien rebajar mi vino con jugo de piña, con el consecuente horror de mis colegas. Quel sacrilège !).
Beber ha sido un gusto adquirido, pues. Y aún después de adquirirlo (en un memorable festival del vinicultor vario en Burdeos, durante el cual descubrí que el vino y yo no nos habíamos llevado bien porque no habíamos sido debidamente presentados, indeed.), sigo sin ser alguien que beba alcohol frecuentemente.
No bebo, pero eso no quiere decir que no consuma alcohol.
De hecho, soy alguien que come alcohol todo el tiempo.
He comido alcohol desde los seis años. Esas sabrosas pastillas homeopáticas –que quién sabe si curaban, pero ah qué rico sabían–; el fruitcake pegador de las navidades; borrachitos poblanos; dulces con relleno semialcohólico; chocolate caliente con piquete de licor de menta. Mientras más alcoholoso más sabroso.
Aún más importante, he cocinado alcohol desde que me acuerdo: guisos de res ahogada en vino tinto; sopa de cebolla con base de vino blanco; chancho nadando en cerveza; filetes salteados con reducción de brandy. Y si veo una botella de vodka, mi primer instinto es poner unas vainas de vainilla a remojar para hacer extracto de verdad -no esa cosa horrenda que venden en el supermercado-.
Así las cosas, mi consumo de alcohol sucede en platos, no en tarros o en copas. Resuelto el misterio: soy semi-abstemia no por virtud, sino por deformación profesional.
En mi cabeza el alcohol se come, no se bebe. Luego entonces, el conjunto de comestibles que llevan alcohol lleva la etiqueta cocina ebria. Algunos integrantes estelares de este conjunto son la gloriosa vaca ebria (mi versión del boeuf bourgignon con base de chambarete; mire usted la foto al principio de este post); el pollo ebrio (coq-au-vin con manzanas y champiñones; foto-less por el momento, así que imagíneselo) y el sensacional panqué ebrio de rompope con chocolate. Guisos fáciles todos ellos, de gran sabrosura y poco esfuerzo. Guisos para el noviembre de frío que se avecina.
Hay que embriagarse todo el tiempo, decía Baudelaire. De vino, de poesía o de virtud, a vuestro guiso.
Stay tuned.